Vroliks : Capítulo I (fragmento)
I
Me llamo Tygo Wolters, tengo veintidós años, soy
estudiante de medicina y por las noches limpio frascos de fetos con un plumero
aquí en el museo Vrolik de Amsterdam, voy sector por sector según la
clasificación de los ejemplares. Es un trabajo de medio tiempo pero me sirve
para solventar algunos gastos. Hace un año que las monstruosidades son parte de
mi vida pero hoy mi jefe, el profesor Anton Kroon, prometió mostrarme algo que
hay en el depósito.
A las doce de la noche estaba en la parte de
limpieza cuando me llegó un mensaje al teléfono: "Estoy en el hall".
Me acerqué hasta la puerta principal y abrí:
— Hola Anton, pensé que no iba a venir por la nieve.
— No hay
nada que me haga más feliz que venir a este museo.
El profesor tenía unos sesenta años, usaba anteojos, era calvo y de trato simpático. Siempre me pareció extraño que venga fuera del horario de trabajo y un día descubrí que tenía un laboratorio clandestino en donde hacía experimentos.
— Tygo, antes que nada quiero un café y un croissant.
— Hay café pero croissant no, quedaron tres
porciones de pizza que comí hoy.
— Bueno, creo que no me queda otra que aceptar pero mejor
dentro de un rato porque con lo que vas a ver ahora te van a dar ganas de vomitar
encima mío.
Fuimos hasta el fondo del museo, bajamos por una escalera y el profesor abrió una puerta oculta detrás de un cuadro. Lo primero que observé cuando entramos fueron frascos con pequeños animales extraños, ojos humanos, órganos atrofiados y una serie de huesos:
— ¿Qué son estos especímenes?
— Son cruzas
de animales que se hicieron hace tiempo para probar la posibilidad de crear
razas, éste de acá fue un intento de dinosaurio, un Deinonychus. Trataron de
fusionar un reptil con un avestruz pero el resultado fue una lagartija con
plumas y sin cerebro.
— ¡Increíble!
Es la primera vez que veo algo así. ¿Es un híbrido?
— Si, un buen
regalo de navidad.
— Eso de
allá, detrás de la cortina. ¿Qué hay ahí?
— Digamos que
es una zona prohibida, cuando los nazis tomaron Amsterdam guardaron algunos de
sus experimentos aquí. Bajo el gobierno nacional socialista el museo fue
administrado por ellos. Te voy a mostrar algo de lo que desarrollaron.
Anton abrió la cortina y apareció una cabeza enorme,
probablemente de un metro de circunferencia, estaba en una pileta con formol.
Me quedé con la boca abierta.
— No podemos
exhibir estos ejemplares por las controversias que generan, nos podrían sacar
las subvenciones y cerrar el museo.
— Si,
entiendo, pero explícame más al respecto.
— Los científicos nazis querían ampliar las
posibilidades biológicas, acelerar el proceso de crecimiento de los humanos y expandir
la raza aria, en este caso lograron un cuerpo con hidrocefalia. Fue interesante
el intento, era un momento de libertad para la ciencia, sin comité de bioética
y esas cosas.
—¿Sos nazi?
—Que
pregunta estúpida, por supuesto que sí. No, mentira, como investigador tengo
que saber toda la historia del inventario del museo independientemente de lo
político.
— Menos mal
que lo aclaraste.
— Creo que ya
viste suficiente por este día, te voy a mostrar mi lugar de trabajo, es un
laboratorio que fui adaptando a mis necesidades. ¿Dónde dejé las llaves? ¡Acá están
en mi bolsillo izquierdo!
El profesor corrió una cortina y abrió una puerta
dejando ver, a primera vista, un quirófano bien equipado: camilla de acero
inoxidable, instrumentos médicos, heladeras, centrifugadoras, microscopios y
computadoras.
—¡Se parece
a la sala de la universidad en donde estudio!
—Quería
trabajar en un lugar cómodo y de noche, para que nadie me moleste. ¿La pizza?
—¿Qué?
—Las
porciones de pizza que me habías ofrecido y también el café.
—Ah sí,
ahora traigo todo.
Fui a la cabina en
donde ceno diariamente y guardo mis cosas, tomé la caja de pizza y calenté el
café. Afuera seguía nevando fuerte, la nieve casi tapaba la entrada al museo.
Cuando volví al laboratorio
había un embrión sobre la camilla:
—Espero que te gusten los champiñones sobre el
queso, la bebida puede que esté tibia con el frío que hace...













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